Carpas

Yo sobreviví al terremoto, yo corrí cuando escuché que se venía el mar, yo vi a los mandatarios temerosos, utilizando palabras desconocidas para mí: catastro, escalas, tsunami y una sola marcó realmente y quedó como recuerdo memorable de ese 27 de febrero, muerte. Me considero afortunada, pero a la vez desvalida al ver a mis pies todos esos sueños, todos esos recuerdos que se llevó mi casa,tener que vivir en una carpa de 9 metros cuadrados donde ahora se desarrolla mi vida. Todo desapareció, nada se salva, a excepción de la vida. Ya ese juego de loza que tanto le gustaba a mi mamá no existe, he pillado unas partes de este en donde antes era mi pieza. Y las herramientas de mi papá se encontraron en la cochera junto a los juguetes de mi hermano, que más que juguetes son papilla. Vi como, esa pared que sirvió tantas veces como marcador cuando crecía se convirtió en añicos en cosa de segundos. Pero estoy viva y es lo que agradezco.

Ahora, he perdido el significado de la palabra privacidad, y lo que más ruego a dios es que por esta vez, no lleguen luego las lluvias. Veo como prometen casas, y llegan pocilgas, y debo seguir esperando pues, ¿qué más puedo hacer?... ahora, mi higiene se basa en la “batea con agüita mijita”, o si es que algún familiar, algún amigo o vecino se apiada de mí, y me convida su ducha. Y si te preguntas como lo hago con el baño, no quiero hablar de eso.

Ya no tengo ese pantalón que tenía, con el cual sabia que mataba cada vez que salía a una fiesta, y mis uñas ya no tienen ese esmalte que tanto resaltaba con mis manos.

Mi día se basa en ir a recoger algún recuerdo que quedó agonizando en lo que fue mi casa, o tratar de buscar ayuda en aquellas puertas que más tarde que temprano se abren, en donde lo único que saben decir, vuelva mañana y veremos. Sabiendo que ese mañana no viene nunca. Me dan ganas de llorar y no quiero. Debo pensar que estoy viva, es lo que vale, pero si tan poco vale lo material, por qué me duele tanto todo esto…